El
ejercicio del periodismo, como acción comunicativa, implica la relación entre
individuos que, necesariamente, deben interactuar, bien sea bajo la mediación
de interfaces: computador, teléfono, papel, etc, o personalmente; esa relación
entre periodista y fuente, en términos ideales, debe darse sobre la base del
respeto y, en algunas ocasiones, de la confianza, pero nunca, y esto es
imperativo, nunca, sobre la base de la subordinación o la remuneración.
Horacio
Verbitsky, periodista y escritor argentino, hizo célebre esta afirmación, que
define perfectamente el deber ser del oficio: “Periodismo es difundir aquello
que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es poner
a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar”; no es
posible aplicar esta premisa cuando hay de por medio, entre periodista y
fuente, intereses comerciales, laborales, económicos, emocionales, etc; no es posible “servir a dos señores” audiencia y fuente,
sin faltarle a alguno de los dos.
Resulta
inquietante pensar que los responsables de los medios de comunicación, periodistas
y quienes creen serlo, se puedan reunir por fuera de los escenarios naturales
de la relación periodista-fuente; esto da espacio a la cavilación,
deslegitima la información y atenta
contra la audiencia que confía en su reportero. ¿Cómo creer lo que publica
alguien que ha recibido ‘favores’ de su fuente? Peor aún: ¿Qué tipo de
funcionario es el que busca y necesita acallar -sea cual sea el método- a la
prensa? a pesar de no ser lo debido, esto se ha convertido en lo común: en
periodismo a la medida.
Por
otro lado, pero en el mismo sentido, en estos días, en tuiter, se hacen
célebres las rencillas entre reconocidos periodistas que defienden sus
posiciones ideológicas y políticas –lo cual no está mal-; lo que no les queda
bien, es usar los propios medios y las redes sociales, para enlodar –muchas
veces sin justificación o verificación- a sus colegas; la calidad profesional
se hace evidente en la medida en que se demuestra: entereza en lo publicado,
verdad en lo enunciado y calidad humana en su comportamiento público; es tan trillada
como necesaria y verdadera la frase de Kapuscinski “Las malas personas no
pueden ser buenos periodistas”.
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