Carmesí es un libro ilustrado de Microcuentos, disponible bajo licencia Creative Commons 4.0 (CC,BY) escrito por Jorge Urrea. Siéntase libre de Descargarlo y compartirlo

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jueves, 14 de marzo de 2013

LOS NOTICIEROS Y EL PODER

Se está iniciando un nuevo proceso electoral que nos llevará a elecciones al Congreso de la República y, con él, los preparativos para el ‘cubrimiento’ televisivo que garantizará la difusión informativa a los espectadores, el mismo que, como muchas veces sucede, podría resultar direccionado a favor de alguno o algunos candidatos.

Piscitelle afirma que “durante varias décadas nuestra realidad fue co-construida por la televisión” y esa co-construcción, si bien ha perdido protagonismo ante el reinado de los medios digitales, no ha desaparecido, menos  aún en las pequeñas comunidades, en donde todos se conocen con todos y, la gracia de verse en la pantalla, llama tanto la atención que garantiza la audiencia.

Algunos ‘mercaderes’ audiovisuales de varios medios de la región han sostenido ‘la caña’ de un noticiero de televisión solamente por los dividendos políticos que ello representa; producir un noticiero serio y bien estructurado, implica una logística compleja en disponibilidad de equipos y personal permanente, además de un grupo de periodistas calificado y dedicado, pero muchos lo toman a la ligera y lo resuelven con camarógrafos-reporteros-presentadores, todo en uno, lo que en otras narrativas audiovisuales, más adecuadas para este tipo de prácticas, se conocería como videógrafos; esto, con el fin de aligerar los altos costos que implica hacer informativos audiovisuales, lo que por supuesto, redunda en la calidad del producto pero, sobre todo, en la excelencia y rigor informativo.

Un noticiero es considerado la columna vertebral de un canal generalista; sobre él recae en muchas oportunidades la responsabilidad del retorno de la inversión del negocio televisivo pero, más que eso, el prestigio de la empresa audiovisual y la oportunidad de mantener a todos los actores de la esfera pública ‘engrasados’; es así como las grandes cadenas televisivas montan servicios informativos de tres y hasta más emisiones al día, lo que supone altas inversiones en producción. Para los pequeños canales resulta un reto político sostener noticieros que no terminen siendo serviles de los actores políticos, lo que solo se logra cuando esos mismos canales asumen la producción propia de las piezas informativas; sin embargo, bajo la figura únicamente existente en nuestro país, de la producción mixta, muchos de los espacios periodísticos terminan en manos de terceros, esos a los que he denominado ‘mercaderes’,  quienes no tienen mayor interés que el de dar pantalla a sus amigos, o no amigos, valiéndose de lo que Jorge Acevedo explica cuando afirma que “La propia narrativa periodística es una estrategia discursiva de jerarquización, de selección de unos temas o hechos con relación a un conjunto mucho mayor”; es decir, la opción subjetiva de lo que se va a contar, porque así es la polítiquería, interesada e inescrupulosa, para posteriormente pasar factura de contratos y favores.

Esperemos que en la licitación que está por terminar, para acceder a los noticieros del canal regional, se barajen nuevas opciones y, otros productores, se animen a presentar propuestas que cambien la cara y la dinámica de la información regional y NO que queden los mismos con las mismas o, lo que sería peor, los mismos con más.

viernes, 8 de marzo de 2013

LAS IMÁGENES QUE NO SE VIERON

Si bien es cierto que la producción cinematográfica en Colombia se ha disparado en los últimos diez años, como lo indican las cifras de Proimágenes Colombia, pasando de un promedio de tres películas a doce al año y que los incentivos para hacer “pelis” por parte del estado resultan atractivos y motivadores, también es cierto que en ese mismo tiempo hay algunas obras cinematográficas, incluso producidas en parte con recursos del estado, que se han quedado engavetadas por múltiples razones pero, sobre todo, porque el proceso de producción no termina con el rodaje.

Reza la máxima del cine que solo con la exhibición y distribución de la película se puede dar por culminada la obra y que, incluso más allá, está la explotación de las diferentes ventanas; es por eso, que una película es casi un proyecto de vida a corto plazo; puede haber ciclos de cinco años conviviendo con ella desde la concepción de la idea,la consecución de recursos en convocatorias y búsquedas de coproducción y aportantes, hasta el “reality” de la convivencia, del equipo de producción y talentos, en un promedio de seis semanas ininterrumpidas  de rodaje; el problema es que, después de tanto esfuerzo, todo puede acabar ahí; las imágenes anheladas y sufridas podrían no ver la luz del proyector si la planificación no está bien concebida, o si no se cuenta con la voluntad de los responsables del proyecto y el apoyo del estado.

En días recientes, tuve la oportunidad de encontrarme de frente con las emociones de una historia blanca y sencilla, al mejor estilo de Kiarostami, pero arriesgada en la mezcla del género (drama y misterio), contundente, verosímil y bien contada; una historia que lleva guardada más de tres años desde su finalización: tiempo éste, irónicamente coincidente con la buena racha del cine nacional; una historia que tiene como escenario a Risaralda, pero que también deja ver parajes del Quindío, como el puente de Boquía y Salento: se trata de “Los Últimos Malos Días de Guillermino”, escrita y dirigida por Gloria Nancy Monsalve, quien con mucha emoción, como si se tratara de una premier -de hecho lo era para público universitario- presentó su largometraje, como si el tiempo se hubiera detenido y como si el montaje se hubiese terminado el mes pasado.



Hasta ese momento, solo rumores había escuchado de la película, sobre la quijotada de la producción y la factura, pero al verla proyectada, no como lo merece el esfuerzo de un largometraje hecho en la provincia -en nuestro Eje Cafetero- y ganador de varios festivales y convocatorias, sino como un logro postergado, he descubierto que resulta injusta la oscuridad a la que está sometida; que es injusto para guionista-directora, actores y equipo de producción pero, sobre todo, para la comunidad, que podría verse identificada en sus esquinas y situaciones en la pantalla grande. Si se hace pública la memoria cultural de la región y se permite a amantes del séptimo arte criticar una de las pocas películas de largo metraje producidas en la zona, con la objetividad de observarla y no con los rumores que se evaporan, se hará justicia con la cultura y la memoria.

Hoy, soy uno de los pocos que han podido ver el resultado del esfuerzo mencionado, pero debe haber compromiso por parte de los líderes culturales de la región y de los dueños de los derechos, para que las diez copias del celuloide “Los Últimos Malos Días de Guillermino”, que reposan en escaparates bogotanos, vean la luz y los ciudadanos se vean reflejados en él.

A por el estreno que se merece.