Si
bien es cierto que la producción cinematográfica en Colombia se ha disparado en
los últimos diez años, como lo indican las cifras
de Proimágenes Colombia, pasando de un promedio de tres películas a doce al año
y que los incentivos para hacer “pelis” por parte del estado resultan
atractivos y motivadores, también es cierto que en ese mismo tiempo hay algunas
obras cinematográficas, incluso producidas en parte con recursos del estado,
que se han quedado engavetadas por múltiples razones pero, sobre todo, porque
el proceso de producción no termina con el rodaje.
Reza
la máxima del cine que solo con la exhibición y distribución de la película se
puede dar por culminada la obra y que, incluso más allá, está la explotación de
las diferentes ventanas; es por eso, que una película es casi un proyecto de
vida a corto plazo; puede haber ciclos de cinco años conviviendo con ella desde
la concepción de la idea,la consecución de recursos en convocatorias y
búsquedas de coproducción y aportantes, hasta el “reality” de la convivencia,
del equipo de producción y talentos, en un promedio de seis semanas
ininterrumpidas de rodaje; el problema
es que, después de tanto esfuerzo, todo puede acabar ahí; las imágenes anheladas
y sufridas podrían no ver la luz del proyector si la planificación no está bien
concebida, o si no se cuenta con la voluntad de los responsables del proyecto y
el apoyo del estado.
En
días recientes, tuve la oportunidad de encontrarme de frente con las emociones
de una historia blanca y sencilla, al mejor estilo de Kiarostami, pero
arriesgada en la mezcla del género (drama y misterio), contundente, verosímil y
bien contada; una historia que lleva guardada más de tres años desde su
finalización: tiempo éste, irónicamente coincidente con la buena racha del cine
nacional; una historia que tiene
como escenario a Risaralda, pero que también deja ver parajes del Quindío, como
el puente de Boquía y Salento: se trata de “Los Últimos Malos Días de
Guillermino”, escrita y dirigida por Gloria Nancy Monsalve, quien con mucha
emoción, como si se tratara de una premier -de hecho lo era para público universitario-
presentó su largometraje, como si el tiempo se hubiera detenido y como si el
montaje se hubiese terminado el mes pasado.
Hasta
ese momento, solo rumores había escuchado de la película, sobre la quijotada de
la producción y la factura, pero al verla proyectada, no como lo merece el
esfuerzo de un largometraje hecho en la provincia -en nuestro Eje Cafetero- y
ganador de varios festivales y convocatorias, sino como un logro postergado, he
descubierto que resulta injusta la oscuridad a la que está sometida; que es
injusto para guionista-directora, actores y equipo de producción pero, sobre
todo, para la comunidad, que podría verse identificada en sus esquinas y
situaciones en la pantalla grande. Si se hace pública la memoria cultural de la
región y se permite a amantes del séptimo arte criticar una de las pocas
películas de largo metraje producidas en la zona, con la objetividad de
observarla y no con los rumores que se evaporan, se hará justicia con la
cultura y la memoria.
Hoy,
soy uno de los pocos que han podido ver el resultado del esfuerzo mencionado,
pero debe haber compromiso por parte de los líderes culturales de la región y de
los dueños de los derechos, para que las diez copias del celuloide “Los Últimos Malos Días
de Guillermino”, que reposan en escaparates bogotanos, vean la luz y los
ciudadanos se vean reflejados en él.
A por el estreno que se merece.
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